Entre las luces del multimillonario espectáculo que suponen las Olimpíadas, a lo largo de la historia se ha dejado ver la discriminación racial ante los ojos de todo el planeta.
La reapropiación de los Juegos Olímpicos, originarios de la Antigua Grecia, se produce a partir de 1896 en forma de mega eventos cada cuatro años para mostrar el despliegue de recursos de las grandes potencias. De esta forma, los Juegos se retoman en la Edad de Oro de los grandes actos de ostentación política dominante, como las Exposiciones Universales, constituyendo del mismo modo una demostración de poder de las burguesías imperialistas en plena expansión.
Así, se vienen celebrando cada 4 años, excepto durante las dos guerras mundiales, constituyendo una foto fija del devenir de las relaciones de poder a nivel internacional, así como del racismo de las clases dominantes pese a sus esfuerzos por maquillar ante la “plural” comunidad internacional la opresión racial que ejercen.
Por ejemplo, en 1904 en Saint Louis, EEUU, se desarrollan de forma paralela a las Olimpíadas, los Juegos Antropológicos, en los que se obligó a competir a aquellos que los supremacistas blancos estadounidenses consideraban "seres primitivos", como negros africanos, nativos americanos, patagones, sirios, o pigmeos.
Las pruebas consistían en trepar a árboles o disparar arcos y flechas (lo cual después sería considerado deporte olímpico) por una parte y por otra, hacerles competir en deportes que no conocían para burlarse de su resultado.
El objetivo de estos Juegos era reafirmar una supuesta superioridad de los blancos angloamericanos, mientras en las Olimpiadas de Saint Louis un negro hijo de esclavos de Missouri llamado Gerge Poage ganaba dos medallas de oro en atletismo.
Otro de los más célebres reveses al supremacismo blanco se hizo realidad en las cuatro medallas de oro con récord mundial en atletismo conseguidas por el atleta afroamericano Jesse Owens en los JJOO de Berlín en 1936. Así, respondía a las extendidas teorías pseudocientíficas sobre la superioridad racial aria que se extendían por toda Europa y Norteamérica y que Hitler quiso probar en estos Juegos.
En estos Juegos, la Alemania Nazi trató de mostrarse como un país a respetar por la comunidad internacional, obligando a rebajar el racismo de los periódicos y tratando de eliminar los carteles racistas de la Villa Olímpica, pese a que el día de la inauguración se encontraba llena de prohibiciones de la entrada “a los perros y a los judíos”.
Así como Jesse Owens, estrella de los Juegos, no recibió el saludo del Führer, tampoco Roosevelt lo recibió, ya que suponía arriesgar el voto blanco racista del Sur estadounidense en plenas elecciones presidenciales. La poseedora alemana del record de salto de altura, Gretel Bergman, también fue excluida del equipo antes de las Olimpiadas por su origen judío.
Mientras, en Barcelona se celebraban las Olimpiadas Populares, de orientación antifascista, como respuesta a los JJOO de Berlín que servían como escaparate al nazismo, las cuales fueron suspendidas por el inicio de la Guerra Civil Española.
Otro de los gestos más recordados contra el racismo en unos JJOO sucedió en los Juegos de México 1968, los cuales se celebraban días después de la sangrienta Matanza de Tlatelolco por parte del gobierno mexicano que dejó varios cientos de estudiantes y trabajadores muertos.
Los ganadores de las medallas de oro y bronce en 200 metros lisos, Tommy Smith y John Carlos alzaron el puño envuelto en un guante negro a modo de saludo del Black Power mientras sonaba el himno estadounidense.
Llevaban un guante y un pañuelo negro como símbolo de la pobreza y el orgullo negro respectivamente, así como el chándal desabrochado como muestra de solidaridad con los obreros y un collar de abalorios que era “para las personas que fueron linchados, o asesinados, y nadie ha hecho una oración por ellos, que fueron ahorcados y para los que fueron arrojados al agua en mitad del pasaje".
Cuando se marcharon del podio fueron abucheados para después ser objeto del intento de expulsión por parte del presidente del COI, el estadounidense Avery Brundage, quien no se opuso en 1936 al saludo nazi en el podio. Posteriormente aparecerían en las portadas de los medios de todo el mundo y serían objeto de discriminación laboral y social y de amenazas de muerte de vuelta en EEUU
Posteriormente Smith diría: "Si gano, soy americano, no afroamericano. Pero si hago algo malo, entonces se dice que soy un negro. Somos negros y estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esta noche".
Hoy, en torno a los JJOO de Río de 2016 también flota un halo de opresión racial que se condensa en la represión policial a la población negra y de las favelas en Brasil, por parte de las racistas fuerzas policiales brasileñas, de las más asesinas del mundo. Esta situación se ha intensificado de cara a la celebración de los JJOO, con una política de “limpiar la ciudad”, tal como Hitler hizo con las redadas a los romaníes de Berlín justo antes de los Juegos de Berlín.
Así, se repite el asesinato racista que afecta a la población negra en los barrios de las ciudades brasileñas, silenciado por los medios de comunicación para que no afecte al brillo de las luces de las Olimpiadas que oscurece a las masas empobrecidas de Brasil.
Al mismo tiempo, numerosas protestas contra el gobierno golpista de Temer en Brasil son duramente reprimidas mientras gasta casi 30.000 millones de reales (más de 8.000 millones de euros) en los Juegos, cuando las escuelas son cerradas, las camas en los hospitales públicos son reservadas para los atletas y las filas de espera en las salas de atención médica son interminables.
Los JJOO de Brasil vuelven a evidenciar la terrible desigualdad y racismo que conlleva la perpetuación de este sistema, pese a la “fiesta” que las burguesías internacionales tratan de vendernos.