Piquetes, cacerolas y empresas recuperadas. Duhalde, devaluación y después. El kirchnerismo, reverso de aquel diciembre. Hoy el sindicalismo combativo y la izquierda marchan a Plaza de Mayo.
Diciembre de 2001 es muchas cosas en el imaginario social. Es el “caos” y la crisis, la pobreza y el hundimiento y también la represión. Pero el margen de sentidos creados por esas jornadas no se agota solo en un sentimiento negativo. Diciembre de 2001 es, también, el momento de la rebelión, del estallido social, la caída de un Gobierno profundamente antipopular y la derrota de una política que había llevado al hundimiento del nivel de vida de la mayoría de la población.
De la Rúa fue echado del poder político por la movilización popular, por una acción de la que tomaron parte amplias capas a lo largo de todo el país. Una acción que tuvo su momento culmine en la llamada “batalla de Plaza de Mayo”, cuando decenas de miles de personas enfrentaron la represión policial, sufriendo más de una treintena de muertos.
Te puede interesar: Cuando el pueblo hizo caer al gobierno de De la Rúa
La pre-historia de aquel diciembre
Diciembre de 2001 no puede ser entendido sino como el corolario de un proceso en desarrollo, que empezó a gestarse a mediados de los años 90. Allá por 1995, cuando los piquetes cortaron las frías rutas en Cultral-Có, Neuquén, comenzaba lentamente a configurarse un momento de resistencia, contra la política de ajuste del menemismo, que duraría años.
Ese ciclo tuvo a los trabajadores desocupados como un actor protagónico. Grandes batallas cruzaron el país de norte a sur, desde Jujuy a Santa Cruz. Allí, en lo que fueron muchas veces verdaderas rebeliones populares, se fue gestando una nueva subjetividad. A partir de 1999, con la llegada del mismo De la Rúa, la burocracia sindical pasaba a jugar un rol opositor y se veía obligada al llamado a sucesivos paros contra una política que imponía persistir en un esquema capitalista en agotamiento.
La crisis del régimen de la Convertibilidad y su sostenimiento mediante el ajuste y la represión, empujaron a una creciente oposición contra De la Rúa, que encontró su punto más alto cuando el ataque del capital unió a los sectores más empobrecidos con las clases medias, expropiadas por los grandes bancos en el famoso “corralito”. Esa unidad de “piquete y cacerola” se forjaría en las calles y sería un componente esencial de aquellas jornadas y los álgidos meses por venir.
La clase obrera, una ausencia impuesta
La tarde del 20 de diciembre fue de la que dejó la histórica imagen del helicóptero abandonando la Casa Rosada. Una fotografía que recorrería el mundo y sería una suerte de marca de agua de la rebelión popular argentina.
Pero a las jornadas revolucionarias que derribaron a De la Rúa les tocó una ausencia. Impuesta es preciso aclarar. La clase trabajadora no pudo intervenir en esa crisis con sus propias organizaciones y métodos, poniendo en juego lo esencial de su poder social, la capacidad de paralizar la producción y al país.
La amenaza de ese poder fue blandida por la burocracia sindical, que amenazó con un paro nacional nunca convocado, un método al que no ha dejado de apelar. Pero la conducción de Moyano y cía. solo anunció intenciones de combate. Nunca osó presentar armas.
Esa ausencia fue también el límite de aquellas jornadas. La falta de intervención de la principal fuerza social de la Argentina -a pesar de los altos niveles de desocupación- fue el condicionante que permitió que el poder capitalista pudiera empezar a recomponerse de la mano de un senador peronista de la provincia de Buenos Aires, llamado Eduardo Duhalde, nombrado presidente provisional.
Su “salida” al estancamiento del esquema burgués fue una brutal devaluación, que deprimió los salarios obreros y abrió el camino de la recuperación económica. Esa fue parte esencial de la base del crecimiento en la “década ganada”, herencia de la que el kirchnerismo nunca renegó.
Senderos bifurcados
El kirchnerismo supo leer el 2001 como expresión de un cambio en la relación de fuerzas. Sobre esa base supo afirmarse para hacer política y construir su propia legitimidad. Encontró, en las instituciones repudiadas por la movilización de masas, los enemigos necesarios para reconstruir la institucionalidad golpeada por las jornadas revolucionarias.
La Corte Suprema, el FMI y las privatizadas, entre otras, fueron los blancos de ataques verbales que no ponían nunca en cuestión las verdaderas bases de ese poder. Años después, el cristinismo duro repetiría el esquema contra la “Corpo” mediática, las patronales agrarias y el Partido Judicial: duras diatribas verbales y respeto ante sus enormes privilegios materiales.
El kirchnerismo fue así la auténtica negación de diciembre de 2001. Fue el sendero de la restauración del poder político de las instituciones y el mismo Estado. Fue la negación y la cooptación de las tendencias autónomas que habían emergido en aquel verano caliente y encontrado un lugar en una franja de las organizaciones piqueteras, en las asambleas populares y en las empresas recuperadas.
Diciembre de 2001 fue la demostración cabal de que la política podía hacerse en las calles y de que esa política era capaz de golpear duramente al orden establecido. En su reverso, el kirchnerismo fue el retorno de la política al Palacio; la reconstrucción del Estado y institucionalidad; la continuidad de las casta política perpetuada en los Scioli, los Aníbal Fernández, los Sergio Massa y muchos otros nombres más. Entre ellos, los de Néstor y Cristina, confesos menemistas apenas 8 años atrás.
La izquierda, el 2001 y después
La izquierda trotskista -que hoy tiene un importante peso a través del Frente de Izquierda- fue marginal en aquellas jornadas del 2001. No hay que sorprenderse. Sus límites correspondían a la situación resultante del ciclo de derrotas que significaron los años 90.
Pero esas jornadas actuaron como una suerte de bisagra que permitió el inicio de una reconstrucción de su fuerza. Ese desarrollo se vio antes en los lugares de trabajo que en el terreno electoral. La explicación reside en el simple hecho de que, durante los años kirchneristas, fue la real oposición a la burocracia sindical peronista. Burocracia que, mientras verbalizaba sobre el “proyecto nacional y popular”, sostenía un esquema represivo al interior de las organizaciones obreras. Que Néstor Kirchner y Cristina Fernández fueron sus aliados no necesita más demostración que las fotos que los retratan junto a los Pedraza, Moyano, Martínez, Pignanelli o Caló, entre muchos otros.
Esa creciente fuerza de la izquierda en el mundo del trabajo no fue solo testimonial. Tuvo, hay que señalarlo, sus combates ejemplares, como ocurrió en las grandes luchas de Kraft (2009) o Lear (2014), donde el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS) tuvo un destacado lugar. Allí quedó claro que el trotskismo era un actor a tomar en cuenta. No resulta en vano recordar que Macri prometió a la dirigencia burocrática “ayudar a barrer a los troskos”. Como tantas promesas de campaña, ésta sigue incumplida también.
A partir de 2011, con la conformación del Frente de Izquierda, ese peso entró en la escena nacional, capitalizando el creciente escepticismo de trabajadores y jóvenes que veían como el “proyecto nac&pop” se conformaba en los grises y derechistas rostros de los Insaurralde, los Milani o los Scioli. Los resultados perdurables en el terreno electoral por parte del FIT, así como el protagonismo de sus principales figuras como Nicolás del Caño, Myriama Bregman o Néstor Pitrola, debe ser entendido en ese marco.
15 años después
La Argentina de este diciembre, década y media más tarde, es la del ajuste macrista. Ajuste que solo puede realizarse gracias a la colaboración de ese viejo actor de la política nacional que es el peronismo.
Lo hace en sus dos variantes, la parlamentaria-política y la sindical burocrática. Si los primeros fueron fundamentales, en todo 2016, para aprobar las medidas de ajuste y los planes al servicio del gran capital, los segundos garantizaron la necesaria paz social para que los ataques a las condiciones de vida pudieran sostenerse en el tiempo. Este lunes, los dirigentes de la CGT volvieron a jugar ese rol, cuando resignaron gran parte de lo obtenido con el proyecto de Ganancias votado en Diputados. Eso ocurrió, anotemos, tras haber realizado una contundente medida de fuerza en la mañana.
Tal vez ya sea hora ya de agregar una tercera pata a la gobernabilidad macrista. La social-eclesiástica, que tiene al papa Francisco como santo de cabecera y a los dirigentes de algunas organizaciones sociales, como garantes de la paz social.
A 15 años ¿qué queda de aquel diciembre? Por un lado, la continuidad de la protesta como parte del panorama social argentino. No existe reclamo serio que toma trascendencia a través de la acción en las calles. Esto, debe señalarse, implica motivaciones a izquierda y derecha.
Pero además, algunas de esas experiencias de aquel diciembre siguen vivas y han cuajado otras nuevas. Allí está, para señalar un ejemplo emblemático, la empresa recuperada Zanon. Una cabal demostración de lo subversión social que encarnó, en parte aquel período, mostrando a fracciones pequeñas de la clase trabajadora organizar la producción sin necesidad de acudir al comando capitalista.
Te puede interesar: Zanon: la primera fábrica recuperada en la crisis del 2001
Esa experiencia estuvo en la base de muchas otras, de las cuales la más reciente es MadyGraf, la gráfica puesta a producir por sus trabajadores hace ya dos años. Ambas volvieron a mostrar su combatividad hace pocos días, cuando tomaron por asalto la escena nacional, para exigir solución a sus demandas.
Hoy martes, cuando se cumplan 15 años de la tarde en la que un helicóptero levantaba vuelo desde la Casa Rosada, escapando de la movilización popular, la Plaza de Mayo tendrá a la izquierda y el sindicalismo combativo como ocupantes protagónicos. Allí estará, entre los oradores del acto, Raúl Godoy, obrero de Zanon y legislador neuquino por el PTS-FIT.
A 15 años de aquel diciembre de lucha en las calles, y luego de haber realizado un acto histórico en el estadio de Atlanta, la izquierda trotskista estará otra vez en Plaza de Mayo.