Frente a la alianza entre el gobierno de Macron y el dirigente sindical Berger, la base del movimiento se niega a dejar que la CDFT negocie “el peso de las cadenas” sobre sus propios hombros.
Por un lado, el rechazo a Macron y a su partido se agudiza. Por el otro, se encadenan acciones de denuncia hacia la política del dirigente de la CFDT, Laurent Berger. Una atmósfera “destituyente” que vuelve a poner de moda el espíritu de los Chalecos Amarillos, que pondrían volver unirse con la puesta en marcha en un primer plano, de la huelga reconductible como arma principal para construir una correlación de fuerzas.
El 24 de enero es el día de presentación de la ley de reforma del sistema de pensiones en el Consejo de Ministros del gobierno, los trabajadores del sector privado deben entrar en masa en escena para una jornada de huelga general política, la mejor respuesta que se le podría dar al pacto entre Macron-Berger.
Una radicalización del movimiento que el gobierno fracasa en contrarrestar:
A Macron no lo dejan tranquilo. El quería dejar atrás los traumas del pasado, los recuerdos de la época de los chalecos amarillos, pero definitivamente, los de abajo no lo van a dejar.
Menuda imagen de fragilidad, de inmadurez, de nerviosismo, ver a Macron siendo rescatado del Teatro de Bouffes du Nord, por una manifestación en su contra de una pequeña centena de manifestantes. Él, que precisamente quería mostrar que no tenía miedo de nada, que no cedería jamás al terror. Este suceso fue un llamamiento al orden para el gobierno. El método Coué, tiene sus límites y los manifestantes estarán allí para recordárselo.
Más información: Emmanuel Macron abucheado en un teatro de París
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Desde el jueves 16, la estrategia del gobierno ha sido totalmente clara: hacer que la manifestación con 500.000 personas sea el último cartucho del movimiento de protestas. A pesar de la determinación del núcleo RATP (metro y colectivos) y el SNCF (ferrocarriles), la presencia de trabajadores de refinerías, la confirmación de la huelga de profesores, las potencialidades en la juventud, Macron ha querido firmar el fin de la movilización.
Pero las cosas, en un momento de crisis avanzada del capitalismo francés y del gobierno, no son tan simples. Un año de chalecos amarillos desafiandolo, y los manifestantes no le dan ninguna tregua al Presidente. Las acciones se multiplican allá donde el Macron va. Versailles, Dunkerque, el teatro de Bouffes du Nord, el rechazo al presidente francés encuentra un lugar central en la movilización, y rompe el techo de cristal de las reivindicaciones centradas en las jubilaciones. El reclamo de “¡Macron dimisión!” recobran fuerza y las acciones de desestabilización del presidente se desarrollan.
Basta observar como en solo 24 horas, se dio un increíble recrudecimiento del tono de los huelguistas. Una manifestación viene de golpear las puertas del palacio de Louis XVI y ha necesitado centenares de policías antidisturbios para evitar un remake de 1789, los huelguistas de CGT que se infiltraron en la sede de otra central sindical, la CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo), para cortarles la electricidad y lanzan un nuevo reproche a la actual cabeza de turco del movimiento, un comunicado de la CGT Química, que llama a movilizarse contra la “dictadura” del gobierno.
Vemos, por lo tanto, síntomas que empiezan a atormentar el poder, como recordarle que no hay que vender la piel del oso antes cazarlo. A fuerza de ser nostálgico de su época en que ostentaba tener gran poder, Macron ha despertado a los "chalecos amarillos" que dormían en cada huelguista de base, al ritmo de la canción conciliadora impuesta por las centrales sindicales sobre el movimiento.
Tratando de matar los elementos de “chaleco-amallirización” antes de que nazcan en el movimiento de huelga, el Gobierno ha respondido con una represión extremadamente violenta. El acto 62 de los chalecos amarillos ha terminado con sangre, el periodista Taha Bouafs ha sido detenido por haber twitteado. En paralelo, una ofensiva de la clase política sin precedentes, contra la acción en la sede de la CFDT, para evitar que la política de rechazo hacia las direcciones sindicales por parte de las bases se generalice. Una vez más, han fracasado.
Si la mayoría de las centrales sindicales han tomado posición contra esta acción de la coordinación de trabajadores de RATP-SNCF, múltiples secciones sindicales han denunciado las declaraciones del dirigente de la CFDT, Berger, y de la dirección dela CGT, mientras que la sección de la CGT Energía daba un golpe maestro cortando la luz, dejando sin voz a los tertulianos de televisión e incluso al propio secretario general de esa central sindical, Martinez.
Ni Macron, ni Berger, es la base quien decide
La situación se vuelve potencialmente enmarañada para el gobierno. Todo mientras se enfrentan a fenómenos de recrudecimiento de la huelga en la base, que podría además tener que afrontar la posibilidad de que esta se extienda finalmente al sector de los trabajadores de empresas privadas. Una muestra es la ocupación de una fábrica como Luxfer. Allí se ven acciones contra la dictadura patronal que se desarrolla en las fábricas.
La respuesta de la Intersindicial son más que insuficientes, un testimonio es la ausencia absoluta de acciones impulsadas de cara al 22, 23 y 24 de enero. Phillipe Martinez, dirigente de la CGT, parece más preocupado por “condenar todas las violencias” (ponerse en contra de la acción de los huelguistas de la coordinación RATP-SNCF que se niega a nombrar directamente), que por construir una jornada de movilización masiva. ¿Si ponía la mano en el fuego para decir que ningún militante de CGT estaba implicado en la “intrusión”, quien cortó la electricidad en la sede de la CFDT en la acción organizada por CGT Energía?
La base se encuentra lista y preparada para ir más lejos de lo que propone actualmente su dirección. Si el 24 de enero, el plan de batalla no se pone sobre la mesa por parte de las direcciones sindicales, la traición de Berger con la falsa promesa de que no se cambiara la edad de jubilación y su paso claro y transparente a las filas del gobierno, son chispas que podrían encender aún más la cólera.
La alianza Macron-Berger, si quería significar para el gobierno concretar la promesa de la concertación sindical, ha alimentado más bien la incapacidad de la dirección de la CFDT de jugar un rol de pacificación del mundo del trabajo, al que continuará mostrando que colabora con el gobierno por la regresión social que implica la reforma del sistema de pensiones.
Asistido por economistas próximos al poder como Pisani-Ferry y Aghion, Berger juega un rol de negociadores que los huelguistas no desean ver más. Si eso sirve sin embargo a Macron, que trata de suavizar su postura jupiteriana con pseudo-concertaciones, a Berger que le gustaría ser un reformador respetado, al movimiento parece poder endurecerlo si las traiciones continúan.
Y si antes de la huelga, algunos consejeros del Palacio del Elíseo temían que las organizaciones sindicales no puedan controlar a sus bases, forzosamente han constatado que esto podría verse bien claro el viernes 24, frente a las traiciones de la CFDT, de mostrarse en la calle una cólera amplificada contra el romance Macron-Berger.
Los elementos de radicalización en la base, son la muestra de que la máscara del gobierno ha durado demasiado. Y, que la firmeza de los huelguistas de RATP-SNCF, autores de una huelga histórica, que las clases dominantes están tragándosela malamente (como prueba el revanchismo por parte de las direcciones de SNCF y RATP de escalonar las deducciones salariales), podría contagiarse al sector privado, que comienza a extenderse lenta pero continuamente con el rechazo a la reforma de las pensiones.
Además, a pesar de las dificultades materiales de la vanguardia, esta permanece movilizada para obtener el retiro, y la perspectiva de una jornada masiva se encuentra las cabezas de cada uno. El 24 de enero debe ser la expresión de esta determinación. Los sectores estratégicos de las empresas privadas que no se han comprometido con el movimiento y que ahora deben dar los primeros pasos de recomposición de luchas esparcidas, deben traducir sus reivindicaciones mediante la expresión colectiva y política en la calle mediante la huelga.
No parece probable que con una jornada de huelga general política en su contra, Macron pueda permitirse volver a reunirse con casi 200 patrones en el palacio de Versailles. Tampoco tiene pinta de que pueda volver tranquilamente a asistir al teatro.